blossom

Anoche recordé a Antonieta.
La recordé desde sus primeros días, cuando no tenía ni una semana de edad. Había nacido sin cabello...ni un pelito se asomaba en su cabeza blanca y brillante. Sus padres no se preocuparon, pensaron que el cabello no tardaría en crecer.

Pero pasaron dos semanas y nada. Un mes y nada... Un año pasó y ningún rastro de cabellera.
Ahora sus papás si que estaban preocupados. Recurrieron a todo método que les recomendaron para acelerar el nacimiento del cabello de su hija; la untaron con mil tipos de ungüentos, la bañaron en sales "milagrosas", le hicieron limpias, le daban brebajes de pingüica y muchos, muuuuchos procedimientos más.

Así, despúes de medio año de intentar todas estas prácticas, en la cabeza de Tony se asomó un pelito rubio. Brillaba con el sol y como el sol. Los padres de Tony no podían estar más felices. Tan, taaan, pero taaan felices que no notaron una peculiaridad en el pelo de Tony, que con apenas más de un centímetro de largo, se alzaba de su cabeza apuntando al cielo.
Este fenómeno siguió desapercibido con los fetejos que se prolongaron unos días más.

Pero no podía ser ignorado cuando, transcurridos un par de meses y con mucho más cabello en la cabeza de Tony, todos sus pelos ascendían enfrentando cualquier ley natural.
Todo el cabello de Tony se alzaba de su cabeza como si el cielo lo llamara, se sostenía vertical con un ligero movimiento ondulate característico de las cosas que no quieren permanecer quietas.
Nunca bajaba sino que siempre estaba levantado, erguido, desafiante de la gravedad...
En esta ocasión los padres de Tony estaban horrorizados, y lo que en un principio festejaban y hasta presumían ahora escondían. Todos los días ponían un sombrero o gorro diferente en la cabeza de Antonieta, y le cortaban el cabello cada semana, porque además, éste le crecía a una velocidad increíble.
Así creció Tony, con un gorro diferente cada día y cortes de cabello semanales; escondiendo su cabellera castaña.

Pero ella sabía que no aguantaría vivir de esa manera por mucho tiempo. Un día lluvioso, matizado por nubes grises y negras, se despidió de todos y, sin pedirle permiso a nadie, se marchó por la puerta de su casa sin voltear atrás, dejando todos sus sombreros encerrados en un baúl que decidió nunca volver a abrir.

Decían que se dirigió a la montaña; años después lo comprobé cuando, sin esperar nada ni a nadie, Tony regresó con unas botas esculpidas de roca en sus pies. Se veían pesadas, pero ella se movía con gracia y ligereza. No obstante sus botas no eran lo más asombroso, sino su cabello: larguísimo, brillante, sedoso y etéreo. Se podría decir que llegaba a sus tobillos y hasta tocaría el suelo, pero no era el caso porque su cabello se mantenía volando por encima de su cuello, dirigiéndose al firmamento. Su cabellera basta y extensa no obedecía la caída natural y su movimiento fluctuante no podía ser más obvio, manifiesto, irrebatible pero sobre todo hipnotizante.
Perplejos como nos encontrábamos todos a su alrededor, sin decir una palabra, discretamente se despojó de sus botas de piedra para no quedarse con otro peso que la sujetara a la tierra que el de su propio cuerpo, mas delgada como era, éste no impidió que su cabello la levantara en vuelo.

De esta forma, Tony se marchó una vez más. Esta vez al cielo, del cual despegó para nunca más aterrizar.